Hace más de un año el mundo cambió. El 2020 fue un año que nos sorprendió, que nos llevó al límite, nos quitó y nos dio cosas. Fue un año de desafíos, retos, llanto, risas y muchos aprendizajes. Tuvimos que renunciar a lo que nos hace humanos: la socialización. Se nos limitó la posibilidad de darnos abrazos, compartir con amigos, vernos y sentirnos con el otro. Nos tocó vivir una pandemia y podemos decir que la hemos sabido afrontar y hemos aprendido a vivir de otra manera. Los niños fueron los grandes sacrificados en toda esta cadena de cuidado. De un día para otro dejaron su colegio, sus amigos, sus espacios y les tocó afrontar lo que no entendían.
Hace unos días, nos dieron la oportunidad de recuperar espacios perdidos, retomar momentos, sonrisas y aprendizajes. Hace unos días, la magia de la primera infancia pudo renacer y volver a tener momentos de felicidad y encuentros. Según la ONU “La pandemia del coronavirus ha afectado a más de 1.500 millones de estudiantes en el mundo y ha exacerbado las desigualdades en la esfera de la educación”. Así mismo, UNICEF dice que “los niños de más de 194 países se encontraban desescolarizados; es decir, aproximadamente el 91% de los estudiantes de todo el mundo. Esto ha ocasionado una disrupción enorme en las vidas, el aprendizaje y el bienestar de los niños a nivel mundial”.
La educación es un derecho impostergable, es un derecho fundamental y, como tal, debemos defenderlo. Volver a las aulas es una deuda que tenemos con los niños y las niñas de este país; es una manera de generar factores protectores para quienes más los necesitan. Su desarrollo se ha visto afectado; las brechas que se están generando son incalculables y por eso debemos actuar y generar lo que se necesite para que el retorno a la presencialidad sea posible. Por cuidar la vida, la estamos perdiendo también. No podemos negarles la magia de las risas, los juegos, la posibilidad de aprender y crecer JUNTOS. Los niños son el presente y el futuro y no podemos amarrar el futuro, debemos construirlo juntos.
Nadie dice que sea fácil, que mañana todo cambie, pero sí es posible. Debemos construir una imagen de niño que sabe que hay riesgos y que por eso se cuida, cumple con los protocolos y sobre todo DISFRUTA este proceso. Somos los adultos los que sufrimos porque no se pueden abrazar, porque ellos sí saben abrazar y sonreír con la mirada. Es momento de confiar en los niños y que nuestros miedos no amarren sus sueños.
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