Esquemas informales de atención que buscan suplir la educación que los jardines infantiles brindan a la primera infancia, lleva “…por lo menos, al completo desperdicio de todo el potencial cognitivo, físico, y emocional que tiene un niño…”
Todos hemos tenido contacto, en algún momento de nuestras vidas, con juegos de bloques de construcción. Los hay de diferentes formas, marcas y colores, y de dos tipos: los más especializados, que vienen con instrucciones precisas para su armado; y algunos desestructurados, que vienen sin instrucciones para permitir a su usuario crear libremente lo que quiera.
Dentro de esa última categoría, su mejor utilización y los beneficios derivados de ella dependen enteramente del usuario: si bien para un niño, digamos de dos años, jugar indiscriminadamente con los bloques y ver de qué manera los organiza para darles una forma coherente representa una dinámica beneficiosa, para efectos de la mejor consolidación de sus procesos de pensamiento lo mejor es también lo más desafiante, que es asumir el reto de seguir ordenadamente un manual de instrucciones complejo para darle a un conjunto determinado de fichas el mejor uso posible. Si bien para esto último no existe ninguna necesidad de contar con un instructor especializado, hacerlo sin un manual de instrucciones al lado, y para el caso de un niño sin la compañía proactiva de un adulto, resulta materialmente imposible.
Recientemente, y sobre todo luego de los arbitrarios encierros en que pusimos a nuestros niños durante el periodo de la pandemia, ha cogido carrera la puesta en funcionamiento de esquemas informales de educación: escenarios en los que niños en edad temprana no asisten a jardines infantiles, sino que realizan actividades organizadas por sus padres en salones comunales, parques, clubes o en las mismas casas, primordialmente enfocadas en “ocupar el tiempo” de los niños (o en liberar de responsabilidad durante el día a los padres), pretendiendo en algunas ocasiones de manera muy improvisada estimular la mente o el cuerpo de los niños, y pretendiendo que esta experiencia homologue lo que sería que el mismo niño atienda una institución especializada en educación. En este escrito quiero manifestar que, siendo esa una opción posible bajo el argumento de que los colegios tienen libertad para establecer sus requisitos de admisión, y aunque en el corto plazo parezca que desestructurar el proceso educativo en la primera infancia es una solución “audaz”, en realidad es un camino torpe que puede conducir, por lo menos, al completo desperdicio de todo el potencial cognitivo, físico y emocional que tiene un niño cuyos estímulos han sido bien estructurados y administrados por personas o instituciones expertas que, no solo se ocupan de ocuparlos, sino de formarlos aprovechando enteramente su potencial.
Un parque cualquiera puede parecerse a cualquier parque de un jardín infantil. Un salón comunal puede parecerse a un salón convencional, e incluso los pupitres que podría conseguir cualquier padre de familia para instalar en su casa pueden ser infinitamente mejores que los pupitres de un jardín infantil. Pero, si las actividades dispuestas para un niño no cuentan con la estructuración adecuada, si no se establece un continuo a través del cual los grados de complejidad y dificultad evolucionen de manera progresiva, y si no se cuenta con la mirada interdisciplinaria de personas que con su especialidad miran los diferentes campos de desarrollo de los niños, todo el proceso puede terminar careciendo enteramente de sentido. Sería como comprar el Lego más espectacular posible con motores, funcionalidades y colores diferentes, regar sus fichas en el piso y desperdiciarlas armando con ellas figuras disfuncionales y arbitrarias.
Los esquemas de educación informal, sobre todo en la primera infancia, son una opción válida (al menos legalmente) para los padres de familia de hoy. Sin embargo, entre todas, son la peor opción. No es solamente por la obtención de un diploma que se debe buscar siempre la mejor opción educativa para una niña o niño, sino sobre todo, por lo que el proceso para llegar a él representa en términos de su formación, crecimiento y aprovechamiento del potencial.
Alejandro Noguera
anoguera@campestre.edu.co
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