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¿Qué tanta atención ponen los padres a las investigaciones sobre la crianza?


Artículo publicado en The New York Times el 25 de mayo de 2019, escrito por
EMILY OSTER 

¿Acaso importa algo de lo que haces como padre?

Sin duda esa es una pregunta que se ha planteado la mayoría de los padres cuando batallan con las partes más difíciles de criar hijos: noches en vela, berrinches, enfermedades con vómito, hostigar a los hijos para que acaben su tarea.

Dado el arduo trabajo que es ser padre, la mayoría de nosotros quiere pensar que sí importa.

Sin embargo, la evidencia no siempre es tan concluyente.

Podemos reunir pruebas de muchos campos (psicología, sociología, economía) que nos indican que la crianza, sobre todo en las primeras etapas, tiene un efecto en el buen desarrollo de los niños.

Considera el tema de las palabras. Quizá muchos estén familiarizados con la idea del proyecto llamado Treinta Millones de Palabras y la labor académica que lo inspiró. En 1995, dos investigadores (Betty Hart y Todd Risley) publicaron una obra que ahora es un clásico, Meaningful Differences in the Everyday Experience of Young American Children.

En el libro, reportan evidencia de su estudio longitudinal de un número pequeño de niños provenientes de familias con diferentes antecedentes. Su tesis (aquí resumida) es que los niños de las casas con menos ventajas económicas tienen menos estimulación e interacción con adultos y (he aquí el título del proyecto) para los 3 años han escuchado treinta millones de palabras menos. Este menor nivel de estimulación, sostienen los autores, provoca que estén menos preparados para la escuela y posteriormente tengan menos logros académicos.

Este estudio ha obtenido algunas críticas. Los estudios que lo replicaron no han obtenido las mismas conclusiones sobre el tamaño de esta brecha en la cantidad de palabras, aunque en general indican que sí la hay. Pero más allá de las palabras, los estudios muestran otras formas en que al parecer las inversiones en los hijos sí son importantes, por ejemplo, leer a los niños parece mejorar su desempeño escolar posterior.

James Heckman, un economista ganador del Premio Nobel que trabaja en la Universidad de Chicago, ha reunido una gama sorprendente de evidencia que sugiere que las inversiones generosas en los niños desde que nacen hasta los 3 años son cruciales para obtener resultados a largo plazo.

Al analizar todo esto, es difícil no concluir que lo que haces con tus hijos pequeños es en realidad supersuperimportante y que es la clave del éxito que tendrán en su vida.

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Por lo tanto, no es de sorprender que los padres hipercompetitivos, y por lo regular con ciertas ventajas económicas, den la impresión de estar obsesionados con perfeccionar a su bebé. Da pecho para que tenga un CI más alto. Elige la mejor configuración de cuidador/guardería/jardín de niños/trabajo de los padres para tener un hijo genio y bien portado. Invierte en Baby Einstein y en un sistema Teach Your Baby to Read (Enséñale a leer a tu bebé) para que tu hijo sea el chico más listo de maternal.

Pero resulta que muchas de las cosas que reciben atención con estas estrategias para “optimizar a tu bebé” en realidad no parecen generar resultados en los niños. Últimamente he investigado mucho al respecto, y la impresión preponderante es que muchas de estas inversiones no marcan una diferencia.

Consideremos el sistema Teach Your Baby to Read, el cual promete que puedes hacer justo eso desde los 3 meses. Se basa en un sistema costoso de tarjetas y varios DVD para (supuestamente) enseñar a niños muy pequeños (de menos de 2 años) a leer.

Este sistema utiliza muchos videos, pero hay estudios que indican que en general los bebés no aprenden bien de los videos. Considerando esto, quizá no sea sorprendente que evaluaciones aleatorias hayan mostrado que este sistema no les da habilidades de lectura a bebés cuyas edades oscilan entre los 9 y los 18 meses. Los investigadores afirmaron que este resultado decepcionante se obtuvo con base en mediciones, a pesar de las afirmaciones de algunos padres de que habían tenido mucho éxito con el sistema, lo cual sugiere que es fácil engañarse y pensar que tu hijo puede leer.

Del mismo modo, tampoco encontramos evidencia de que los videos tipo Baby Einstein amplíen el vocabulario de los niños. Hacer que escuche a Mozart en el vientre tampoco aporta ningún beneficio. ¿Y qué hay del debate bizantino (más bien de solo unas décadas), tan de clase media alta, sobre las filosofías de la enseñanza preescolar? Pues no hay evidencia de que Montessori sea mejor que la enseñanza basada en juegos, o viceversa.

¿Cómo hemos de entender estos contrastes, en los que, por un lado, los primeros años son esenciales para el éxito, pero, por el otro, el tipo de inversiones que a muchos de nosotros nos obsesiona no parece importar tanto?

La respuesta es que solemos ignorar el panorama. Las diferencias que vemos por grupos demográficos en Estados Unidos (la desigualdad de resultados en niños de contextos ricos y pobres) son impulsadas por una combinación de diferencias enormes en las experiencias.

Los niños en situaciones económicas cómodas en Estados Unidos no se benefician solo de escuchar más palabras, o de estar en una guardería de mejor calidad, o de gozar de vidas familiares más estables. Se benefician de tener todo esto a la vez y otras cosas más. Los padres más acaudalados gastan más dinero en sus hijos, y esta brecha ha ido creciendo con el tiempo. También invierten más en cosas que no implican gastar dinero, como leer con sus hijos, que al parecer es una de las intervenciones específicas que sí tiene un efecto.

Mi nuevo libro, sobre la crianza basada en datos, sostiene que hay muchas buenas opciones y que los padres en general deberían sentirse cómodos eligiendo lo que les parezca más conveniente para ellos. En entrevistas que he dado para promocionar mi libro, con frecuencia me preguntan si mi conclusión es que la crianza no importa. La crianza sí importa. Es solo que, si ya te preocupa cuál es la mejor filosofía preescolar, entonces lo que sea que elijas hacer seguramente estará bien.

Esta desconexión entre los debates que sostienen los padres y los datos sobre los resultados en los hijos tiene implicaciones para la sociedad. Las políticas en Estados Unidos que se enfocan en ayudar a las familias con menos ventajas económicas y a los niños tienen un impacto mucho mayor. Muchas familias viven con un acceso limitado a la cobertura de servicios médicos y se ven obligados a, digamos, elegir entre alimentos o medicinas.

Hay evidencia sólida de que los programas de preescolar de buena calidad pueden preparar a los niños mejor para la escuela.

No obstante, gran parte de nuestras discusiones sobre crianza están motivadas por preocupaciones que de hecho son elitistas. ¿Cuál es la mejor fórmula orgánica? La decisión entre empezar con los alimentos molidos y el destete guiado por el bebé. ¿Amamantar un año o dos? Y, desde luego, la filosofía preescolar. Estas preocupaciones acaparan pensamientos y discusiones en Facebook, pero también en los medios informativos, al menos a veces.

La crianza sí importa. Es solo que, si ya te preocupa cuál es la mejor filosofía preescolar, entonces lo que sea que elijas hacer seguramente estará bien.

Hubo cobertura mediática sobre la fascinación con la fórmula europea, por ejemplo. ¿Y quién puede olvidar la portada sobre lactancia materna de la revista Time que preguntaba: “¿Eres lo suficientemente madre?” (la implicación es que no)?

En general, estas elecciones importan muy poco. Pero el enfoque en ellas distrae la atención de problemas más relevantes para las políticas públicas. Lo que hacemos en el día a día de nuestro proceso de crianza importa menos de lo que creemos, pero lo que hacemos todos para servir a los niños del país puede ser mucho más importante.

Emily Oster es catedrática de Economía en la Universidad Brown. Es autora de “Cribsheet” y “Expecting Better”.

*Para ver el artículo completo, acceda al siguiente link:

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